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MÁLAGA 2025

Crítica: La niña de la cabra

por 

- Ana Asensio presenta una tierna y hermosa película sobre cómo se ve la oscuridad y lo misterioso de la vida desde la inocencia de la infancia

Crítica: La niña de la cabra
Alessandra González y Juncal Fernández en La niña de la cabra

Madrid, 1988. Elena (una deslumbrante Alessandra González en su debut en la gran pantalla) afronta la reciente pérdida de su abuela mientras se prepara para hacer la Primera Comunión. Su amistad con Serezade (la también debutante Juncal Fernández), una niña que no se separa de su cabra, le lleva a plantearse si realmente el mundo es tal y como se lo han contado. Esta es la historia que cuenta La niña de la cabra [+lee también:
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, la segunda película de Ana Asensio tras su sorprendente Most Beautiful Island [+lee también:
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, por la que ganó el Gran Premio del Jurado del SXSW de Austin.

Presentada en el 28.° Festival de Málaga y con un reparto en el que también destacan Lorena López, Javier Pereira y Enrique Villén, aunque menos oscura que su anterior (un perturbador thriller psicológico en el que Asensio se adentraba en las miserias del reverso del sueño americano), la película habla de cómo se ve la oscuridad y lo misterioso de la vida desde la inocencia de la infancia, y, con ello, del choque entre el mundo infantil y el adulto. La muerte, el clasismo, el racismo (que no es otra cosa que una forma de clasismo), la religión, la fe, el engaño, la crueldad, las convenciones y las relaciones sociales y afectivas desde la mirada de una niña. Precisamente, en esa mirada está el punto de partida y uno de los grandes aciertos de la película. Desde principio a fin, la directora no abandona la protagonista para narrar desde su punto de vista el mundo que la rodea, lo que ve y cómo lo ve, lo que piensa, lo que siente, por qué ríe, por qué llora, cuáles son sus sueños, sus pesadillas. De esa forma, logra capturar con honestidad la magia de la niñez y la complicidad única de la amistad en esa etapa de la vida.

A través de esta historia, con ciertos tintes costumbristas, la película también es un interesante retrato de la infancia de una generación en el Madrid de finales de los 80. Los pisos de protección social con sus característicos toldos verdes y la ropa tendida, los juegos en el patio del colegio, los vínculos y rivalidades, la importancia de la familia y las normas sociales no dichas, el peso de la religión en la educación, la luz brillante y las puestas de sol de la ciudad, un mundo que fue y que en parte ya no es.

Todo ello se narra con sencillez, cercanía y ternura, con ciertos destellos de melancolía hacia esa infancia vivida, a través de una voz en off que dota a la película de un singular tono de cuento, entre el realismo y la fantasía, la comedia y el drama. “Esa fue la última vez que vi a Serezade. El espectáculo de la cabra desapareció de las plazas de Madrid. Y quizá Serezade y su mundo nunca existieron”, se dice desde esa voz en un momento revelador.

La niña de la cabra demuestra que otro cine familiar (más allá del que suele arrasar en taquilla) es posible. Un cine familiar que va más allá de lo evidente, capaz de contar con ligereza y emoción historias profundas, capaz de llegar y hacer disfrutar tanto a niños como adultos, que nos hagamos preguntas después de la proyección. Una película que logra lo que pretende ser, sincera y hermosa.

La niña de la cabra es una coproducción entre España y Rumanía de las compañías Aquí y Allí Films, La niña de la cabra AIE, Avalon y Avanpost, que vende al extranjero Outsider Pictures (Estados Unidos) y se estrenará en España el próximo 11 de abril de la mano de Avalon.

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